Nada más sentarse me soltó que se
sentía prisionero de una mujer a la que no podía dejar.
Juan era un tipo alto y fornido, pero su cabeza colgaba como si sus hombros soportasen un peso excesivo. Casi no me miró en esa primera sesión, sus ojos, hundidos, se columpiaban entre mis zapatos y los suyos, mientras me relataba su historia. Con voz quebrada me fue desgranando, sin yo apenas intervenir, el calvario que, según él, estaba pasando.
Juan era un tipo alto y fornido, pero su cabeza colgaba como si sus hombros soportasen un peso excesivo. Casi no me miró en esa primera sesión, sus ojos, hundidos, se columpiaban entre mis zapatos y los suyos, mientras me relataba su historia. Con voz quebrada me fue desgranando, sin yo apenas intervenir, el calvario que, según él, estaba pasando.
Hacía apenas un año que conoció a
una chica por Internet. Como era oficial de marina, pasaba muchas horas dentro
del buque donde estaba destinado. Al principio fue una más de las muchas con
las que chateaba e intercambiaba fotografías. Pero poco a poco su interés se
centró solo en ella, con la que hablaba
hasta altas horas de la madrugada...
Por ese tiempo, Juan tenía una
relación con otra chica que residía en Sevilla y con la que había hecho planes
de boda, compartían una casa en esa misma
ciudad, a la que escapaba cada vez que tenía un permiso, Tras varios años de
noviazgo, dijo sentirse “aburrido y sin ilusión”, aunque, según él, "era la mujer con la
que más se había sentido él mismo”. Por supuesto, mantenía sus sentimientos
hacia ella en secreto, y continuó su relación como si nada ocurriese.
Mientras tanto, había comenzado a
visitar a la chica de Internet. Ésta residía en Barcelona, en casa de sus
padres. Al parecer, se encontraba aún convaleciente de una rara
enfermedad, que la había sumido en una incapacidad para salir de su habitación
y valerse por sí sola. De todos estos detalles, Juan ya era conocedor cuando
decidió visitar a la chica en cuestión.
Cuando podía, agarraba su coche
y, en varias horas sin apenas descansar, se plantaba en
Barcelona, Ponía cualquier excusa a su actual novia y literalmente volaba hasta
los brazos de la chica de Internet. Pasaba día y medio con ella pero a él le
bastaba para sentirse feliz durante el resto de la semana.
Las primeras citas fueron, para
él, inolvidables. Hacían el amor, veían películas, jugaban a diversos
pasatiempos y se contaban cientos de cosas sobre sus vidas. Todo esto sucedía
siempre dentro del espacio de la habitación de ella, ya que se sentía incapaz de
poner un pie fuera de ésta. A lo sumo, con mucho esfuerzo, se aventuraba a la
cocina donde recogía algún alimento. A
veces, tropezaba con su madre y su padre,
acabando este encuentro ineludiblemente en un conflicto repleto de gritos e
insultos. En esas escenas ella siempre terminaba llorando en brazos de él
mientras que le pedía en un susurro entrecortado que no la dejase nunca. Él la
arropaba y besándola le prometía que siempre estaría con ella.
Pasaron los meses y la situación
apenas cambio, excepto un fin de semana que después de mucho rogarle pudo sacar
a la chica de la habitación y escapar a una casa rural donde pasaron un fin de
semana. Llena de temores de muerte inminente, la chica lloraba agarrándose al
cuello de él, decía sentir una opresión en el pecho que la ahogaba hasta
dejarla sin aire, después de mucho vacilar,
acudieron a urgencias del hospital más próximo donde, después de varias pruebas
médicas y al no encontrar nada que
hiciese sospechar de una dolencia física, le recetaron un tranquilizante.
Cada vez más, Juan se sentía
prisionero de una cárcel que él mismo había fabricado, y las escapadas a
Barcelona se le hacían más difíciles.
Cuando por algún motivo del trabajo le era imposible ir, la chica lo llamaba insistentemente.
A veces, se mostraba cariñosa y le
hablaba de lo que lo amaba y lo feliz que se sentía a su lado, otras en cambio,
le gritaba desde el auricular diciéndole que la engañaba, que había encontrado
a otra, que ya no la quería como antes, para acabar amenazándole veladamente
que se suicidaría. Juan se quedaba pegado al teléfono casi sin decir palabra
mientras la escuchaba desde el otro lado, tras estas llamada a las pocas hora
volvía a llamarle esta vez suplicándole que le perdonara, diciéndole mientras
lloraba que había sido una estúpida por desconfiar de él. Esta dinámica se
repetía una y otra vez si él no acudía a su acostumbrada cita de fin de semana.
Un día no fue ella la que llamo a
juan sino el padre de ésta para decirle que había sido internada en un hospital tras
ingerir un bote de pastillas. A pesar de que el padre le insistió que no acudiese,
Juan agarró su coche y tras un fulminante viaje se plantó al borde de la cama
donde ella con la tez muy pálida seguía sumida en un coma tóxico. La veló todo
el día jurándole que la amaría para siempre.
Al decir esto último rompió a llorar,
agachó aún más su cabeza y quedó en silencio mientras las lágrimas caían en su
pantalón de color claro. Agarró uno de los pañuelos de papel que estaban sobre la
mesa y se sonó ruidosamente la nariz. “Estoy hecho un lio”, acertó a decirme mientras sorbía el resto de
mucosidad.
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estupendo, gracias.