Hablar
sobre el otro, lo que le pasa, le conviene, lo que debería hacer o dejar de
hacer y todo aquello que se piensa puede procurar un cambio; es, ha sido y así continuará siendo, un ejercicio practicado
habitualmente con los demás. Se cree, erróneamente, saber más de sus
dificultades, trabas y molestias que el mismo interesado.
Este afán omnipotente
es a menudo tamizado con un elegante interés pródigo en alabanzas, buenas
intenciones y elogios. Otros en cambio no se esconden tras este perfil y atacan
directamente donde mas duele al allegado...
De
cualquier manera que se haga, el proceso es el mismo con el mismo resultado: la
impasible invariabilidad del sujeto.
Escuchando a aquellos que practican el
ejercicio del cambio para el otro, se les podría aplicar aquella estrofa de una canción “déjame en paz que no me quiero salvar, en el infierno no estoy tan mal”
Y esta es, a mi entender, la clave de tanta resistencia al cambio, me estoy refiriendo al infierno, el propio de cada uno, no es tan
malo como lo pintan.
Por otra
parte, la relación diádica ayudador-ayudado, que se establece en este vínculo
es a todas luces una relación desequilibrada y destinada al boicot de la parte
contratante en todas las versiones posibles, desde la rebeldía a la sumisión. Resolviéndose
el desequilibrio en este escenario imaginable.
Volviendo
al infierno, el de cada uno ya que el común es propiedad de la iglesia,
entramos de lleno a lo que Lacan dice sobre el goce: "el placer íntimo de la satisfacción
en la insatisfacción", un cierto placer morboso, excitante y conocido. Freud lo
expresa como los beneficios secundarios que reportan tales dolencias,
satisfacciones sustitutivas en forma de atención o cualquier otro beneficio
inconsciente.
Cuando
estos beneficios secundarios entran en conflicto con la norma social, con las
personas que el individuo ama, con el jefe, la esposa, los vecinos o con sus
propias expectativas, sucede en estos casos que
los síntomas se puedan intensifican hasta un grado insoportable y
finalmente acudir a terapia. Es entonces que podemos hablar que el individuo ha
entrado en una crisis de goce. El goce que le reportaban sus síntomas ya no
funciona o ha quedado en una situación de peligro.
Pero la
mayoría de estas personas lo que quieren es volver de nuevo a esa situación anterior
a su crisis de goce, el lugar conocido del que partieron antes de quedar
prisioneros de sus propios recursos y estrategias con las que afrontaban sus
vidas. Es entonces, cuando podemos escuchar: "quiero ser una persona como antes", "yo antes no era así", "he perdido mi autoestima...", y un sinfín de comentarios en
torno al paraíso perdido. Sus demandas se concretan en torno a la satisfacción
perdida. Un parche con el cual remendar el anterior descosido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
estupendo, gracias.