jueves, 30 de julio de 2015

psicología de la queja

Hablar sobre el otro, lo que le pasa, le conviene, lo que debería hacer o dejar de hacer y todo aquello que se piensa puede procurar un cambio; es, ha sido  y así continuará siendo, un ejercicio practicado habitualmente con los demás. Se cree, erróneamente, saber más de sus dificultades, trabas y molestias que el mismo interesado.
Este afán omnipotente es a menudo tamizado con un elegante interés pródigo en alabanzas, buenas intenciones y elogios. Otros en cambio no se esconden tras este perfil y atacan directamente donde mas duele al allegado...

De cualquier manera que se haga, el proceso es el mismo con el mismo resultado: la impasible invariabilidad del sujeto. 
Escuchando a aquellos que practican el ejercicio del cambio para el otro, se les podría aplicar  aquella estrofa de una canción  “déjame en paz que no me quiero salvar, en el infierno no estoy tan mal” Y esta es, a mi entender, la clave de tanta resistencia al cambio, me estoy refiriendo al infierno, el propio de cada uno, no es tan malo como lo pintan.
Por otra parte, la relación diádica ayudador-ayudado, que se establece en este vínculo es a todas luces una relación desequilibrada y destinada al boicot de la parte contratante en todas las versiones posibles, desde la rebeldía a la sumisión. Resolviéndose el desequilibrio en este escenario imaginable.
Volviendo al infierno, el de cada uno ya que el común es propiedad de la iglesia, entramos de lleno a lo que Lacan dice sobre el goce: "el placer íntimo de la satisfacción en la insatisfacción", un cierto placer morboso, excitante y conocido. Freud lo expresa como los beneficios secundarios que reportan tales dolencias, satisfacciones sustitutivas en forma de atención o cualquier otro beneficio inconsciente.
Cuando estos beneficios secundarios entran en conflicto con la norma social, con las personas que el individuo ama, con el jefe, la esposa, los vecinos o con sus propias expectativas, sucede en estos casos que  los síntomas se puedan intensifican hasta un grado insoportable y finalmente acudir a terapia. Es entonces que podemos hablar que el individuo ha entrado en una crisis de goce. El goce que le reportaban sus síntomas ya no funciona o ha quedado en una situación de peligro.

Pero la mayoría de estas personas lo que quieren es volver de nuevo a esa situación anterior a su crisis de goce, el lugar conocido del que partieron antes de quedar prisioneros de sus propios recursos y estrategias con las que afrontaban sus vidas. Es entonces, cuando podemos escuchar: "quiero ser una persona como antes", "yo antes no era así", "he perdido mi autoestima...", y un sinfín de comentarios en torno al paraíso perdido. Sus demandas se concretan en torno a la satisfacción perdida. Un parche con el cual remendar el anterior descosido. 



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estupendo, gracias.