martes, 25 de agosto de 2015

El molesto paso del tiempo

Hace dos años una noticia recorrió el mundo entero cuando el ministro de finanzas japonés hizo unas declaraciones que al parecer causaron cierta perplejidad e indignación. El ministro en cuestión pidió a los ancianos de su país que se diesen prisa en morir para que de esta manera el estado no tuviese que pagar su atención médica. 
Estas discutidas declaraciones, ponen  sobre la mesa ese molesto afán que tienen muchas personas por envejecer con el consecuente enturbio que produce en la inestable sociedad del primer mundo y su preciado estado del bienestar.
Sin ir más lejos, en nuestro país, el presupuesto para el 2016 para el pago de pensiones, supone un total del 38´5% del total presupuestado y, a pesar de las promesas del actual gobierno de la subida de las pensiones, siempre con vista a las próximas elecciones, todo apunta a que para los próximos años el gobierno de turno, tendrá que afrontar una bajada espectacular de dicha pensiones y, cuyos beneficiarios más directos, serán bancos y aseguradoras que verán engrosar sus beneficios con los seguros privados...

Al margen de cifras y especulaciones políticas,  la ancianidad, actualmente, ha pasado de ser un valor a ser una carga. Lejos queda esa imagen del anciano venerado al que se le pedía consejo de todo aquello que, por ser el más viejo, entendía y se le suponía un saber.  Y es que la experiencia no es lo que más aprecia la sociedad actual, sus miembros se mueven compulsivamente al ritmo del mercado publicitario, los eslogan
que repiten sin cesar, rebosan de palabras como vitalidad, fuerza, carácter, energía, entusiasmo y un montón más de repanchuflos e hipnóticos mensajes.
La industria química, a la que llaman cosmética, se empeñan en paralizar nuestra piel cerca de los treinta, mientras, ellos llenan sus ávidos bolsillos con las ganancias de millones de personas que huyen despavoridas del natural paso de la edad.
Pero, ¿por qué este afán en esconder lo obvio? Lo que se viene llamando  tercera edad   representa, en su faceta más cruda, la decadencia del cuerpo y  la enfermedad. El individuo torna vulnerable, dependiente y necesitado, la castración hasta ese momento negada en la mayoría de los casos, sobreviene en forma de enfermedad que cronifica y deriva a diversos órganos del cuerpo. Un nuevo duelo se impone y este con más ahínco y firmeza que todos los anteriores que cualquier sujeto afronta: la pérdida de la salud, de la vitalidad, de la valorada juventud y del fin de la propia vida.
Lo que podría ser un periodo tranquilo, de reconciliación con el sí mismo y con el mundo, pasa a ser un territorio hostil y denostado del que nada se quiere saber y al que todo ansían llegar.
La crisis impertinente, marca nuevas formas de envejecer. Al viejo se le recoge del asilo o de su casa particular para que la familia pueda disponer de ese extra que representa la paupérrima pensión del anciano. En otros casos se les asila en un geriátrico, donde comerá sopas de letras y disfrutará, acompañado de un coro silencioso, de una televisión de plasma. Los más atrevidos y obcecados se quedarán en su vivienda, de paredes empapeladas y muebles que heredará el nieto para decorar su pisito moderno.
En este Madrid del siglo XXI, las calles de la ciudad, a ciertas horas, se llenas de viejas de cabellos caldeados  y de color indefinido, pasean en grupos de dos o tres regresando o yendo  a misa, a la espera de la inevitable muerte, espantándola, como a un tábano molesto, con rezos y suplicas.
Los hijos también esperan y en secreto hacen cálculos de la herencia que les toca a razón de varios hermanos. Ellas enviudaron hace tiempo y el cariño lo reparten entre el perro enano que les acompaña y al que hablan como si fuese un niño y el nieto que de vez en cuando se acuerda de la abuela que tantos billetitos de color azul le ha dado.


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estupendo, gracias.